viernes, 21 de marzo de 2008

CrOnIcA...ViAjE A La CuNa De LaS PrOsTiTuTaS


Adriana nunca leyó el poema de Luis Carlos González que describía a su Pereira natal como «querendona, trasnochadora y morena», ni sabía del mito que subió la cotización de sus mujeres en los burdeles. Tampoco de redes que venden y compran jóvenes, ni siquiera conocía su existencia. En su pequeño mundo, lo único diferente a la lucha diaria por llenar la olla de la familia, lo brindaban las telenovelas, en donde los sueños siempre se hacen realidad. Regresó hace seis meses del infierno, un lugar que nunca había aparecido en la pantalla.


Durante semanas tapó con alcohol y lágrimas los recuerdos. Era incapaz de relatar en voz alta las imágenes que aún le persiguen a cada instante y que le hacen llorar. El martes pasado lo hizo por salvar a una amiga, a otra pereirana escultural que ya tenía las maletas hechas para viajar a Madrid, Eldorado, junto a Japón, de las madres desesperadas de estas verdes tierras de cafetales y cañas.


Una amiga, quien, a diferencia de ella que creía que iba a España a cuidar niños, sabía que le esperaba la prostitución, eso sí, de lujo, como todo lo que hay en esos países ricos, y cobrando en dólares.A sus 20 años, es madre soltera que sólo trabaja de vez en cuando, en lo que salga, menos en ese oficio, pero esta vez estaba dispuesta a ese sacrificio que entregaría a cambio de la prosperidad de sus cuatro hijos. «Usted, Alba Patricia, ni se imagina a lo que va. Por mucho que intente pensar en lo peor o haya visto cosas terribles, ni se imagina. Yo nunca había contado esto a nadie, me da mucha vergüenza, mucha, pero hoy me decidí porque a usted la quiero mucho y no quiero que pase lo que yo pasé». Adriana hace una pausa, se seca las lágrimas con los dedos y sigue. «Vea, piense en el hombre que más le repugne, el peor que haya visto.Antes que nada le tiene que lavar esa vaina, ¿comprende?, luego tiene que convencerlo de que se coloque la goma, y el señor le pide que haga unas cosas que jamás pensó que alguien haría (una larga pausa y susurra: «¡Qué asco!»). Termina con él, 20 minutos, y usted baja, y vuelve y sube con otro igual, y así hasta 10, 15, así esté usted muy enferma, como me ocurrió a mí. Estuve una noche con 24, el día que más. Yo no los contaba, lo veía a la mañana siguiente por los cupones que dejaban. Siempre estaba borracha para olvidar». Adriana calla, mira a la amiga sin ver, ahogada en sus recuerdos.

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